Caminando por el
centro de Guadalajara, varios jóvenes, en varias ocasiones me pidieron dinero,
su aspecto no era como el de un pordiosero, menesteroso o un inmigrante que luce
desaseado por la travesía, ellos lucían como cualquier joven que pasea por la
ciudad. Al verlos con aquella frescura solo respondí “no puedo dar dinero…”.
Debo confesar que en ocasiones he sido avaro cuando alguien me pide dinero en
la calle, pero también meditemos; si una persona, estando en condiciones para
trabajar prefiere pedir limosna, escudándose en dar lastima; ¿eso no lo
convierte en un perezoso, mentiroso?, si lo convierte. Es verdad que los avaros
no heredaran el reino de los cielos, pero los mentirosos tampoco entraran y los
perezosos no están muy lejos.
En ocasiones me pregunto, ¿Qué haría yo si estuviera en
esa situación similar?, me refiero a estar joven, sano, no tener trabajo, ni
dinero, y estar en una ciudad desconocida. Entre mis opciones esta barrer
banquetas, limpiar patios o pedir asilo en una parroquia, trabajar ahí de lo
que fuese y que me pagaran con comida. Creo que un joven, antes de recurrir a
la lastima y la limosna, tiene muchas opciones licitas para ganarse el dinero,
una persona puede brillar en cualquier labor.
Muchos jóvenes limpian vidrios, venden chicles, lanzan fuego
por algunas monedas, el pepenador se gana la vida trabajando, los ancianos que
trabajan en labores efímeras no utilizan su vejez para pedir limosna, eso es
tener dignidad para usar el talento que Dios nos dio.
San Pablo no perdió la oportunidad para reprender a los
zánganos, esto lo encontramos en una de sus cartas; “Les ordenamos, hermanos,
en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se aparten de todo hermano que lleve
una vida ociosa, contrariamente a la enseñanza que recibieron de nosotros. Porque
ustedes ya saben cómo deben seguir nuestro ejemplo. Cuando estábamos entre
ustedes, no vivíamos como holgazanes, y nadie nos regalaba el pan que comíamos.
Al contrario, trabajábamos duramente, día y noche, hasta cansarnos, con tal de
no ser una carga para ninguno de ustedes. Aunque teníamos el derecho de
proceder de otra manera, queríamos darles un ejemplo para imitar. En aquella
ocasión les impusimos esta regla: el que no quiera trabajar, que no coma. Ahora,
sin embargo, nos enteramos de que algunos de ustedes viven ociosamente, no
haciendo nada y entrometiéndose en todo. A estos les mandamos y los exhortamos
en el Señor Jesucristo que trabajen en paz para ganarse su pan” (2da de
Tesalonicenses 3:6-12). En el contexto del apóstol, algunos cristianos habían
dejado de trabajar porque creían que Cristo regresaría pronto.
La pereza está considerada como un pecado capital, estos
son los vicios que se oponen a las virtudes; la envidia se opone a la caridad,
la gula es opuesta a la templanza, la ira a la paciencia, la lujuria a la
castidad, la avaricia a la generosidad, la soberbia a la humildad, la
diligencia es opuesta a la pereza. La persona diligente es aquella que tiene
disposición para obrar y emprender. En cambio, el ser humano que permite que la
flojera se apodere de él, limita su desarrollo personal, por pereza no atiende obligaciones,
esto lo lleva al descuido, al ocio, al vicio, a la depresión. Dar limosna a un
perezoso no puede considerarse un acto de caridad, darle dinero nos hace
cómplices de su pecado porque ayudamos a limitar su desarrollo. Perezoso puede
ser cualquiera; hijo, pareja, familiar, amigo, vecino.
Como mencione, Dios repartió talentos para desarrollarlos
y trabajar en ellos. Un perezoso es tan flojo que no se compadece ni de el
mismo, prefiere que los demás se compadezcan de el antes que trabajar. “El
perezoso no ara en otoño, en la cosecha busca, y no hay nada” (proverbios 20:4).