Un pequeño verso expresa; “¿Porque me llamáis: Señor,
Señor y no hacéis lo que digo?” (San Lucas 6:46)
La respuesta a la pregunta es simple, nuestra rebeldía nos
hace quebrantar los mandamientos, aunque existen personas que desconocen la cátedra
y no pueden guardar algo que ignoran. La ignorancia religiosa en términos
éticos y morales es una constante en nuestros días. La Iglesia debe dar
apologías de moral, y los argumentos resultan insuficientes para una generación
sexualizada, que ve al culto y la moral católica como algo arcaico. Considerando
esto, sin importar el siglo en que sea leído el evangelio, la enseñanza de
Jesús se justificara siempre en el deseo de ser discípulo ó no serlo. Cualquier
argumento usado para quebrantar los mandamientos será solo el interés de
alguien hacia el pecado, no hay justificación valida bajo ninguna circunstancia
ó ¿acaso podemos corregir los mandamientos del Padre y ser llamados
discípulos?. No. Jesús cuestiona; “¿Porque me llaman Señor y no hacen lo que
les digo?”.
Pero, ¿para qué desea Dios que hagamos lo que nos pide?, ¿Qué
acaso Dios se beneficia cuando guardamos los mandamientos?, ¿a Dios le falta
algo de nosotros?, si El nos amo siendo pecadores, ¿Por qué no puede
conformarse y dejarnos vivir en el pecado?. Dios no ocupa nada de nosotros, ni
siquiera ocupa que guardemos su ley.
Dios nos amo porque El es amor y el amor no conoce otro
camino. El amor nos libera de cargas que nos esclavizan; el ego, la vanidad, la
ambición, el odio, el clasismo, etc. Dios desea que seamos libres y recurriendo
a la raíz del amor, al Padre del amor, Dios mismo, es cómo podemos compartir
esa libertad, del que ama, con los demás. Para entrar en comunión con el amor
del Padre y disfrutar ese amor es necesario entrar en la espiritualidad,
purificarnos.
Dios purifica al ser humano para perfeccionarlo en el
amor, para acercarlo más a Él. Solo un corazón que se añade a la pureza podrá ser
sanado y ofrecer a otros un afecto sano; sin engaños, dobles propósitos ó
egoísmos. Esta pureza es necesaria para entrar al reino de los cielos, Jesús
nos pido la pureza de un niño para poder entrar ahí.
Dios al dotar al ser humano de mandamientos manifiesta
que la vida humana tiene un propósito. Algo que está hecho sin propósito no conlleva
obligaciones ni normas., sin propósitos nada trasciende. El ser humano fue
hecho para trascender, somos “hijos de Dios”, esto es algo grande, trascendente.
Este propósito trae consigo obligaciones, mandamientos. Dios nos ha dado vida,
no para que seamos “una hoja que va y viene” sin sentido en el mundo. Dios dio
vida para que seamos sus hijos y que lo disfrutemos.
Sin embargo, Dios ha dado el libre albedrío, no se puede
negar, esto sucede porque el amor puro, el amor de Dios, otorga libertad y
respeto a las personas. Dios nos ama y permite que seamos libres para decidir. Podemos
edificar nuestra vida ó destruirla. Dios ha permitido que lo llamemos “Padre”
en un proyecto que nació de Él. Abrazar este propósito conlleva disciplina.
Dios no ha creado al hombre “nomas porque si”, lo creo con un fin y lo moldea por
medio de sus mandamientos.
Aunque algunos incrédulos argumenten;
“mi vida la vivo como quiera”, eso es un ideal vano. Somos libres, es verdad,
pero alguien cargara con la consecuencia de nuestros actos, buenos ó malos. ¿Quién
nos dio vida?, ¿a quién daremos vida?, el ser humano procede de sus padres, nuestros
errores repercuten en la vida de nuestros hijos, y la suma todas las conductas,
buenas ó malas, hace comunidad. De los mandamientos de Dios, no hay uno solo
que haga daño al prójimo. Entendamos entonces la clase de proyecto que Dios
desea construir en nosotros.