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domingo, 2 de septiembre de 2018

Amarás al Señor, tu Dios


            En el evangelio de San Mateo, Jesús enseñó como primer mandamiento; “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”, y como segundo mandato; “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (cap. 22, v. 37-39).
            En el primer mandamiento, Jesús hace alusión a partes importantes de nuestro cuerpo y nuestro ser en referencia al amor; corazón, alma y mente. El corazón es el órgano que bombea sangre al interior del cuerpo provocando que funcione. La mente nos ayuda para hacer uso del cuerpo que hemos recibido. El alma es aquello que anima el cuerpo, la vida intangible otorgada que dió vida a nuestro cuerpo visible.
            El primer mandamiento es la orden expresa para enfocar nuestro ser en la virtud de nuestro amor para Dios. Nuestro ser es un cuerpo exterior e interior. Los apóstoles se referían al cuerpo como “tienda”, haciendo alusión al tabernáculo de Moisés, un templo temporal para adorar a Dios mientras el pueblo era preparado en su peregrinar para entrar a la tierra prometida. Los apóstoles tenían claro, el cuerpo del individuo que recibe la fe en Jesús se convierte en un templo porque la presencia de Dios está en él.  
            Por esta herencia teológica sabemos que el cuerpo es sagrado y el individuo puede ofrecer en su cuerpo ofrendas de adoración a Dios; castidad, ayuno y oración. También el mismo cuerpo puede ser ofrecido a Dios para servir a los demás.
            San Pablo expresó; “Por lo tanto, hermanos, yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Romanos 12:1,2).
            El apóstol invita a no adaptarse a la mentalidad del mundo ajeno a la vocación del Espíritu Santo, a renovarse mentalmente para no dejarse corromper. Toda tentación inicia en el ámbito de las ideas hasta que se concreta en los hechos, cambiando al individuo, alejándolo de lo agradable y justo para llevarlo a lo injusto y desagradable.
            Amar a Dios con toda nuestra mente debe movernos a tener hambre de la Palabra de Dios, y, habiéndonos nutrido de ella, usar el raciocinio a manera de poder decidir según su voluntad. ¿Cómo podrá alguien amar a Dios con toda su mente si no conoce las Escrituras?, su amor no se perfeccionará porque no tiene elementos, ni herramientas para ordenar sus ideas y poder decidir correctamente.      
            Como católicos, hagamos un análisis sobre nuestro ser, nuestros anhelos y afanes, ¿de qué clase de alimentos hemos nutrido nuestro ser?, ¿en qué condición esta nuestro exterior e interior?, ¿expresamos pureza utilizando nuestro ser?, ¿nuestra boca y nuestros actos, de que hablan?.        
            La Escritura dice que el ser humano fue hecho a imagen y semejanza de Dios, pero ¿Qué anhelo existe en nosotros para ser y permanecer semejantes a Él?. ¿Podremos decir que amamos a Dios con nuestra mente si todos los días nos contentamos pensando vanidades y frivolidades?, ¿Podemos decir que lo amamos con toda nuestra alma si no tenemos hambre de acudir a los sacramentos que alimentan nuestra alma?.   
            Aunque fuésemos los peores pecadores, aun así, debemos sentirnos alentados a seguir adelante, pues si Jesús ha dicho; “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” es porque Él puede proveernos de la gracia necesaria para que lo amemos de tal forma, solo es cosa de pedírselo insistentemente.