En el evangelio de San Mateo, Jesús
enseñó como primer mandamiento; “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma y con toda tu mente”, y como segundo mandato; “amarás a tu
prójimo como a ti mismo” (cap. 22, v. 37-39).
En el primer mandamiento, Jesús hace
alusión a partes importantes de nuestro cuerpo y nuestro ser en referencia al
amor; corazón, alma y mente. El corazón es el órgano que bombea sangre al
interior del cuerpo provocando que funcione. La mente nos ayuda para hacer uso
del cuerpo que hemos recibido. El alma es aquello que anima el cuerpo, la vida
intangible otorgada que dió vida a nuestro cuerpo visible.
El primer mandamiento es la orden
expresa para enfocar nuestro ser en la virtud de nuestro amor para Dios. Nuestro
ser es un cuerpo exterior e interior. Los apóstoles se referían al cuerpo como
“tienda”, haciendo alusión al tabernáculo de Moisés, un templo temporal para
adorar a Dios mientras el pueblo era preparado en su peregrinar para entrar a
la tierra prometida. Los apóstoles tenían claro, el cuerpo del individuo que
recibe la fe en Jesús se convierte en un templo porque la presencia de Dios
está en él.
Por esta herencia teológica sabemos
que el cuerpo es sagrado y el individuo puede ofrecer en su cuerpo ofrendas de adoración
a Dios; castidad, ayuno y oración. También el mismo cuerpo puede ser ofrecido a
Dios para servir a los demás.
San Pablo expresó; “Por lo tanto,
hermanos, yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos
como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual
que deben ofrecer. No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario,
transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan
discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo
perfecto” (Romanos 12:1,2).
El apóstol invita a no adaptarse a
la mentalidad del mundo ajeno a la vocación del Espíritu Santo, a renovarse
mentalmente para no dejarse corromper. Toda tentación inicia en el ámbito de
las ideas hasta que se concreta en los hechos, cambiando al individuo,
alejándolo de lo agradable y justo para llevarlo a lo injusto y desagradable.
Amar a Dios con toda nuestra mente
debe movernos a tener hambre de la Palabra de Dios, y, habiéndonos nutrido de
ella, usar el raciocinio a manera de poder decidir según su voluntad. ¿Cómo
podrá alguien amar a Dios con toda su mente si no conoce las Escrituras?, su
amor no se perfeccionará porque no tiene elementos, ni herramientas para
ordenar sus ideas y poder decidir correctamente.
Como católicos, hagamos un análisis
sobre nuestro ser, nuestros anhelos y afanes, ¿de qué clase de alimentos hemos
nutrido nuestro ser?, ¿en qué condición esta nuestro exterior e interior?,
¿expresamos pureza utilizando nuestro ser?, ¿nuestra boca y nuestros actos, de
que hablan?.
La Escritura dice que el ser humano
fue hecho a imagen y semejanza de Dios, pero ¿Qué anhelo existe en nosotros
para ser y permanecer semejantes a Él?. ¿Podremos decir que amamos a Dios con
nuestra mente si todos los días nos contentamos pensando vanidades y
frivolidades?, ¿Podemos decir que lo amamos con toda nuestra alma si no tenemos
hambre de acudir a los sacramentos que alimentan nuestra alma?.
Aunque fuésemos los peores
pecadores, aun así, debemos sentirnos alentados a seguir adelante, pues si
Jesús ha dicho; “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma y con toda tu mente” es porque Él puede proveernos de la gracia necesaria
para que lo amemos de tal forma, solo es cosa de pedírselo insistentemente.