La meta del consumismo
es “tener” y en la adquisición de bienes y servicios hay ya una segmentación de
la sociedad, pues, no todos pueden comprar lo mismo porque están limitados por
sus ingresos. Se habla de “poder adquisitivo”, siendo el “poder” una facultad
para ejercer dominio sobre un bien: “lo compro”. Es de entenderse que todos
deseemos elevar nuestro poder adquisitivo, en primera porque con ello podemos
solventar las deudas y las carencias que son una mortificación y en segunda
porque podemos acceder a mas comodidades. La meta consumista no solo termina
con el acto de “tener”, sino en volver obsoleto aquello que se tiene y agregar
prestigió intrínseco al acto de poseer. Así pues, las posesiones pueden
convertirse en esas evidencias que dan testimonio de nuestro poder ante el
grupo, estas hablan de nuestra facultad de poseer. La tristeza de poseer un
ingreso elevado podría ser hacer de las posesiones un escudo que nos envuelve y
nos protege ocultando ante los demás una pobre autoestima.
El consumismo impera en
la modernidad y hace de los objetos metas y logros, calificando de “mediocre”
aquel ciudadano que no se esfuerce por alcanzarlos. De aquí nacerá una
frustración social de una población etiquetada por no tener acceso a tal
“poder”, el poder de adquirir. La desigualdad social se medirá en el ingreso
que es el reflejo del poder de compra. La libertad se asociara no solo a las
condiciones jurídicas, sino, a la libertad en el sentido de la satisfacción de
ejercer ese poder de compra. En muchos casos y por la hipnosis colectiva bajo
el contexto consumista, la posesión de objetos puede llegar a ser más
importante que el cónyuge y los hijos, que son el mismo fin del matrimonio. Dado
que la meta del consumismo es “tener”, se supone equivocadamente que la responsabilidad
conyugal queda resuelta cuando se satisface el estimulo de tener ó se cumple
cabalmente con las necesidades básicas. Este principio simplista de representar
la obligación en un objeto ó servicio trastorna las relaciones afectivas
haciendo de ellas un trueque, donde el apego se pierde si se pierde la meta de
“tener”.
Este concepto de
libertad emanado del consumismo que reside en la disposición del individuo para
adquirir posesiones y servicios supeditando su grado de libertad bajo su poder
adquisitivo, siembra en él la idea de que su ser puede llegar a ser
independiente en la medida en que este resuelva sus necesidades ó caprichos económicos.
Esta idea de independencia subestima la idea de depender de otros, de no
necesitar la aprobación de nadie si se tiene todo, convirtiendo al ser humano
en individualista, protagonista y egocéntrico que al final por lógica termina
sintiéndose afectivamente solo porque cree que no necesita de nadie. Dentro del
pensamiento católico, la meta no es el objeto sino el prójimo. Dentro del
matrimonio la meta no es el objeto sino el cónyuge. Es preciso encontrar en un
contexto consumista como este una pareja y amigos que puedan conocernos desde
la persona y no desde los objetos, que puedan tener una visión completa de nuestra
realidad, imaginándonos fuera del espejismo otorgado por la seguridad que
otorgan las posesiones. ¡Bendita la persona que es acompañada en su pobreza,
porque en su abundancia no será abandonada!