En estas vacaciones de semana santa
me visito mi sobrino, el tiene un año de edad y es el primer sobrino que tengo.
Nunca pensé la alegría que puede desbordar en mi tener un sobrino, su
inocencia, su dependencia de los demás, su capacidad para sorprenderse de las
cosas más comunes; un llavero, un sombrero, un animal.
Se dice que los
primeros cinco años de vida de un niño son fundamentales para definir muchas
cosas de su carácter. Al mirar a mi sobrino veo como en él ya se despierta
interés por los dispositivos electrónicos; tabletas, celulares, pantallas, esto
sucede porque nos distingue utilizándolos y él quiere ser parte de ese mundo
porque quiere ser parte de nosotros. Mi sobrino ira imitando cosas de sus
mayores para sentirse integrado e identificado con la familia. ¿Qué podría
hacer para que el creciera y viviese una felicidad sin tantas condiciones?.
El niño camina y
va descubriendo el mundo, se asombra de cada cosa que ve. Su inicio en la vida
refleja un rostro con una sonrisa constante, ese don divino de la alegría del
infante lo carga sin presunción y aunque uno desea educarlo, Jesús nos pide que
seamos más al modo de él, al modo de los niños. ¿No será que el problema de la
frialdad del mundo radica ahí?, en el alejamiento de los adultos del mundo de
los niños.
En mi caso la presencia de mi
sobrino me alegra y esto es un estado de satisfacción, un cambio en mi estado
de ánimo. Existe para mí un saneamiento mental en ese convivir, en esta
relación tío y sobrino.
En el conjunto de la sociedad
moderna, ¿será que existe una relación entre la ausencia de niños y los
trastornos modernos que sufren las nuevas generaciones?, trastornos como la
obsesión por la imagen física, uso de esteroides, operaciones estéticas, bulimia,
anorexia, ese afán por mostrar en redes sociales una vida no veraz sino un
montaje. Sin duda son gestos que se vuelven compulsivos en la búsqueda de la
realización y el reconocimiento social. Pero ¿no será que esta generación tan
informada, en su análisis costo – beneficio, evita tener hijos porque sabe que
es una obligación pero omite la felicidad que conlleva asumir tal
responsabilidad?. Creo que si lo omite, hasta las mujeres que truncan su
carrera universitaria por un embarazo son etiquetadas como “tontas” por las feministas,
cuando en realidad son mujeres valientes, admirables e inteligentes por
embarazarse a una edad donde su condición física posee los niveles más aptos.
El fenómeno “Dinky” es un hecho
social que se refiere a las parejas sin hijos que deciden postergar la
paternidad de modo indefinido ó renunciar a esta para llevar una vida de consumo;
autos, viajes, ideales personales, etc. Por otro lado, el continente europeo vive
una nueva tendencia, mujeres jóvenes de entre veinte años de edad que deciden
esterilizarse por voluntad propia porque no tienen hijos y no desean tenerlos
nunca, lo asumen como una “reivindicación del deseo de la mujer sobre su cuerpo”
argumentando; “si las mujeres puede embarazarse por voluntad propia a los 16, ¿Por
qué no pueden esterilizarse sin hijos a los 29?”. Cayendo en el argumento usado
por abortistas “la mujer es libre para decidir sobre su cuerpo”.
Creo que este rechazo a la
maternidad, este menosprecio a la alegría que trae un niño simplemente nos
aleja más del reino de Dios. Cuando Jesús dice “dejad que los niños vengan a
Mi…”, me parece también una invitación para que los niños nazcan y vengan a
esta Vida, a este mundo que fue creado por Dios, pues ahí, en ese rostro
infante del recién nacido podemos mirar un paralelo del gozo que significa
nacer a una Vida Nueva.