Como arquitecto participo en el
proyecto de construcción de mi parroquia. Me interesa que el inmueble luzca
ordenado, con estética digna, sin despilfarrar los recursos de la comunidad.
Dentro de los fieles que acuden a mi parroquia he escuchado comentarios como
“arreglemos la Iglesia para que venga la gente”, como si la llegada de congregantes
estuviese relacionada con la estética del inmueble. Es correcto que debemos
esmerarnos para que la Iglesia luzca lo mejor posible. En mi opinión, la
Iglesia Católica no necesita llenar sus bancas con gente que acude a misa porque
el inmueble luce bien, ¿Qué clase de fieles son esos?.
Hace poco acudí a la plática del expastor
evangélico Salvador Melara convertido al catolicismo. En el preámbulo, unos
jóvenes tocaban música, danzaban e invitaban a levantar las manos y cantar. Sentía
que aquello emulaba un culto evangélico. Por un lado supongo que estas formas
están hechas para “atraer a la gente”. No estoy en contra de tener reuniones
“avivadas”, con cultos donde la gente baile y grite. Sin embargo, creo que la
Iglesia Católica no necesita llenar sus bancas con gente que va a las reuniones
porque les gusto la música ò los bailes, pues el día que no tengan nada de eso
lo más probable es que esa gente dejara de asistir, y ¿Qué clase de fieles son
esos?.
Los pastores evangélicos como Melara
convertidos al catolicismo no vinieron a nuestra Iglesia por la música, ni los
bailes, sino por la realidad y riqueza teológica que custodia la Iglesia.
Cabe señalar. Una realidad entre las
denominaciones de los hermanos separados es que cuando los fieles se aburren de
la rutina del “avivamiento”, esto es, la música, el baile ò la predicación
emotiva, los fieles se van y buscan otro grupo que los motive. Entonces, para
mí, no tiene mucho sentido que los católicos se esfuercen por emular los cultos
evangélicos, pues, a final de cuentas cuando la gente ya no le satisface el
culto, emigra. En la Iglesia católica existe un fenómeno similar: cuando un
católico se enfada de una parroquia se va a otra ò va siempre tras un sacerdote
porque ese lo motiva y jamás echa raíz en una parroquia. Es un proceso natural de
todo creyente, pero debemos decidirnos por crecer, hacer comunidad en una
parroquia, dar frutos como servidores, maestros y apropiarnos de las obligaciones
en la comunidad.
Sobre la nueva evangelización, me
gusta el pensamiento de Francisco I: “al culto de la misa no necesitamos
cambiarle nada para que la gente venga”. Yo añado, quien desee ir a misa vendrá
sin importarle el inmueble, las canciones, lo rutinario y quien desea irse encontrara
cualquier pretexto.
Para atraer a la gente, la clave es
el evangelio, no la música, ni el inmueble. La gente vendrá si lo vivimos, lo
anunciamos y sobre todo, si pedimos a Dios que los añada. Si nos centráramos en
el Espíritu, dejaríamos de preocuparnos por el “numero” que es una vanidad.
¿Qué importa si somos pocos?, lo que importa es el discipulado.
Francisco I tiene una reflexión
sobre “la devaluación del evangelio”. Afirma que: “si un grupo católico convoca
a una marcha anti gay ò anti abortista, los bautizados somos capaces de llenar calles
completas”, pero añade: “cuando la Iglesia invita a evangelizar, a salir a las
calles para proclamar el evangelio, los bautizados ya no van”, es irónico y
decepcionante. Jesús nos llama para anunciar el evangelio, la moral es una
consecuencia de la gracia. El centro es el evangelio. Lo mismo hacemos nosotros
cuando queremos atraer a la gente con cosas circundantes al evangelio: “inmuebles,
cantos, novedades y entretenimiento”, pero no con el evangelio en sí.
La Iglesia del siglo I, encabezada
por Pedro y los once, vivió en una sociedad más degradada que la nuestra. Sus
únicas armas: el evangelio y el Espíritu Santo. Ellos lo vivían, lo anunciaban
y la gente de buen corazón se convertía gracias al Espíritu Santo. No lo
olvidemos.