Empecé a salir con una mujer por
algún tiempo, había simpatía entre ambos e interés de mi parte. Desgraciadamente,
tras unas vacaciones ella inicio una relación con otra mujer, confesándose como
lesbiana. Nunca antes me había sucedido algo similar.
Dado que a los católicos se nos
acusa de “homofóbicos” por el credo, en ningún momento discrimine ò me deje llevar
por prejuicios ò miedos, más bien, pude apreciar a esta mujer como un ser
humano, con virtudes y errores. Tras despertar su confianza, me confesó que su
vida lésbica no había sido del todo satisfactoria, en su anterior relación hubo
infidelidades. Mientras relataba sus decepciones amorosas, me sorprendía
escuchar como el amor gay vive una crisis similar al amor heterosexual: infidelidad,
vicios, manipulaciones y mentiras. Por desgracia, los movimientos “pro-gay”
promueven este estilo de vida como “idílico”, como si la “felicidad” brotara
fácilmente, basta solo “salir del closet”. La realidad es más complicada. La
efervescencia de la infidelidad, el vicio y la mentira no es un asunto de
preferencias sexuales, sino de una descomposición social que permea hacia todos
sus individuos. Cualquier adolescente que tenga dudas sobre su sexualidad y
desee llenar sus huecos afectivos, debe ser advertido de que el mundo gay no es
una fraternidad dichosa como parece. Existen muchos clichés sembrados en la
sociedad a favor de la cultura gay: “son buenas personas, también aman”, si,
pero si somos capaces de ver a los gays como personas, debemos afirmar que toda
persona posee defectos: ego, mentira, codicia, vanidad, odio, etc. El mundo gay
no es perfecto, ni idílico, porque está formado de seres humanos y todo ser
humano es imperfecto.
A raíz de esta amistad, he leído
mucho sobre el tema, puedo afirmar que “nadie nace así a causa de un trastorno
hormonal”, porque si tiene utero ò glande ¿no es demasiado obvio que las hormonas
hicieron bien su trabajo?. La ciencia en el estudio del cuerpo, aun no ha
podido demostrar con certeza el origen de la homosexualidad, mientras que, la
psicología y la psiquiatría lo atribuye a trastornos emocionales. En mis
lecturas, encontré muchos testimonios de personas que dejaron estas prácticas
para abrazar el cristianismo. Ronald G. Lee comparte su testimonio en www.aciprensa.com afirmando que la vida gay
en varones es solo promiscuidad, se deslinda de la vejez porque no desea
enfrentarse a esa realidad: “mientras seas joven y puedas ligar todo está bien”,
añadiendo: “un anciano gay entra a un bar gay, los jóvenes quedan callados y el
aire se tensa, nadie se acercaba a él para platicar. El viejo toma una copa, se
va y el ambiente vuelve a la normalidad”.
Tras las confesiones de mi amiga, he
meditado y reflexionado el hecho de “como ser católico y ser amigo de una
lesbiana”. Primero, reconozco que entre bautizados existen prejuicios hacia la
homosexualidad, por ejemplo, a muchos les asusta menos el sexo prematrimonial
en sus hijos que la homosexualidad en ellos, siendo que, ambas situaciones
están reprobadas por la Iglesia. Por lo tanto, es necesario verlos como
pecadores al igual que nosotros y apegarnos a lo que dice el catecismo: “deben
ser acogidos con respeto” (CIC 2357-59), no es útil recurrir a las burlas ò a
la presión para propiciar una conversión. Segundo, todo pecador tiene derecho a
una predicación del evangelio pura y sin concesiones. Si otorgamos concesiones
estamos negando el hecho de que Jesucristo renueva. Es injusto para cualquier
enfermo que pide ayuda suministrarle una medicina que no cura. Entonces, al
homosexual que tiene hambre de Dios, hay que plantearle las cosas como son: “Dios
lo ama, pero, en el cristianismo todos estamos lidiando con la negación de
nosotros mismos, no serás el primero, ni el último. Por la gracia salimos librados
de nuestras tentaciones, hay victorias y caídas”.
Después que mi amiga confesó sus
anécdotas ofrecí una misa para su conversión, le he solicitado a la Virgen
María su intercesión. Probablemente jamás vea algún cambio, pero entiendo que
las oraciones son como las botellas arrojadas al mar que guardan mensajes y en
el momento menos esperado tocan tierra firme. ¡Amén!.